miércoles, 8 de septiembre de 2021

martes, 7 de septiembre de 2021

Palabras de amor

 


Little things I should have said and done

I just never took the time


Always on My Mind

WAYNE CARSON, JOHNNY CHRISTOPHER, MARK JAMES

 

¿Quién es el primero en responder, cuando decidimos algo?

Hace muchos años alguien me dijo que, cuando no sabemos si una decisión es la correcta o no, lo único que tenemos que hacer es sentir. La decisión que nos haga sentir paz, esa es la correcta.

La fórmula parece demasiado sencilla, pero nunca falla. Cuando la decisión que tomamos no es la mejor opción para nosotros, siempre hay algo por dentro que nos lo hace saber. Nos hace sentir incómodos, nos perturba, nos inquieta; tanto, que nos forzamos a pensar en otra cosa porque sabemos que, si pensamos mucho en eso, tendremos que sentarnos a decidir de nuevo. Ahora bien, ¿quién, o qué, ha pronunciado esa palabra desde nuestro interior? ¿Es la conciencia? ¿Es un ángel? ¿Es Dios?

Aunque no descarto que alguno de los anteriores esté involucrado en la conversación, creo que quien realmente ha respondido sin hacerse esperar no es otro que el cuerpo. La paz que hemos sentido por tomar la decisión que para nosotros es correcta, o la turbación por saber, en lo profundo, que es la incorrecta, ha sido una reacción física. Es cierto que detrás se esconden complejos procesos emocionales y mentales; pero es el cuerpo, con su capacidad de hacernos sentir, quien nos envía sin titubeos sus palabras, y es en el pecho —cuando el corazón se nos quiere salir—, o en la garganta —cuando se nos hace un nudo—, o en las rodillas —cuando nos tiemblan sin control—, donde hemos sentido esas palabras que el cuerpo nos ha dicho… o nos ha gritado, cuando no le escuchamos a tiempo.

Ahora bien, ¿qué le respondemos? ¿Cómo lo hacemos? ¿Cuál es su lenguaje? Pensando en ello, hace unos días lancé públicamente la pregunta: ¿cómo conversas con tu cuerpo? Las respuestas han sido muy enriquecedoras, y con ellas, junto con algunas ideas mías al respecto, daré forma a este texto.

 

Visita guiada

Comienzo con la respuesta de Ana Cecilia, mi madre, que con pocas palabras nos da la mejor puerta para entrar al tema: Nunca había pensado en eso, pero trataré de hacerlo; la verdad, el cuerpo es lo que más cerca tengo de mí.

Pues sí. Tan sencillo como eso, aunque nos cueste tanto entenderlo. Siempre buscando en el más allá lo que, desde que nacemos, tenemos a mano.

Es complicado conversar con él, dice Evelyn. Le digo que ponga de su parte, que hagamos lo necesario para estar saludables, y sólo me ayuda con la comida; le gusta la comida sana, se levanta temprano por obligación, pero decide dormirse otro rato después y no quiere salir a caminar. Es muy rebelde. Pero cuando me pongo a trabajar en la casa no quiere parar y me deja agotada.

¡Empezamos bien…! Lo más cerca que tenemos, ¿y tan mal nos llevamos? Y es que, lamentablemente, a todos nos pasa lo mismo o nos ha pasado. Yo no sé conversar con mi cuerpo, nos cuenta Claudia. Creo que él tiene un monólogo y usa el lenguaje del dolor para manifestarse, y yo le respondo con una pastilla para el dolor. Ahí termina nuestra conversación.

Pero, entonces, ¿habrá algún modo de entendernos, para que nuestra relación con el cuerpo no sea cosa de perros y gatos? Si la hay, tendremos que aprenderla. Como dice Amalia, estoy en pleno proceso de aprendizaje. Siento que estamos desconectados y él habla todo lo que yo callo, y de la peor manera, claro. Y es que, ¿no podría al menos tener buenos modales, y ser un poco más asertivo? Porque, a veces, esto pareciera ser todo menos una democracia. En palabras de Sandra: Creo que mi cuerpo no propone una conversación, sino que da órdenes (que hasta hace poco no entendía). Si las oigo y le hago caso, todo bien. Si las ignoro, lo contrario. Creo que no conviene discutir con el cuerpo, ni siquiera conversar, sino escuchar y obedecer. He comprobado que me conviene darle lo que quiere sin chistar, cosa que sólo hago con el cuerpo y porque al final siempre tiene razón.

¡Vaya! Parece que no quedará otra que bajar la cabeza, si es que el cuerpo se toma la molestia y nos lo permite. Y obedecer, sin más. ¿O tendremos acaso alguna posibilidad de negociación?

Creo que siempre lo he mirado como un todo, nos cuenta Gerardo; mi espíritu y mi cuerpo como un solo conjunto que no se puede dividir, pero que por momentos se plantean una batalla. Como si cada uno tomara diferentes decisiones pero, cuando coinciden, se ayudan uno al otro.

Pero, querido amigo, ¿cómo coincidir?

 

El cuerpo habla hasta por los codos

Gerardo dedica su vida a cuidar adultos mayores. Lo hace con muchísimo amor, y sé que, con los años, ha escuchado muchísimas de sus historias. También les ha visto morir. Pensé que, quizás, tendría algo que decirme sobre la manera en que ellos, que tan cerca están de la muerte, se comunican con su propio cuerpo, quizás ya enfermo. Me respondió otra cosa; me habló de cómo el cuerpo de ellos se comunica con él, con Gerardo, cuando ellos ya no pueden hablar. Me sentí conmovido por las cosas que me contó.

Uno de los casos que recuerdo fue el de una abuela educadora muy querida por sus alumnos, que la visitaban en el Hogar. Nunca se casó; hizo de la escuela su casa, y de sus alumnos, hijos. Ella tuvo una enfermedad degenerativa que fue limitando todo: su movilidad, su independencia, y su capacidad para comunicarse y digerir alimento. Ella decía, consciente hasta el final, que todos los días tenía que pelear con su cuerpo y que se sentía atrapada dentro de él. Fue un proceso lento, de años, cada vez que perdía una facultad física era triste. Pero al final también desarrolló una fortaleza para entender la vida y vivir.

En el Hogar vas viendo a los abuelos, y vas viendo cómo sus cuerpos se deterioran con el paso del tiempo. Con Lucy, Lucecita, es un caso muy interesante; ella va teniendo problemas cognitivos y va perdiendo las habilidades para comunicarse, para comer… Ahora ella usa una sonda para alimentarse, no puede comunicar lo que ella siente, no está consciente del tiempo y el espacio. Uno tiene que aprender a leer los gestos y el rostro de ella para saber si tiene dolor, si tiene hambre, si tiene frío, si se siente mal. La mirada de ella es la que nos comunica a nosotros si está triste, si está alegre… Hemos tenido que aprender a descifrar lo que el cuerpo de otra persona, sin necesidad de palabras, nos pueda comunicar a nosotros, y poder nosotros entender qué es lo que está pasando.

Otro caso es el de Juanita. Es una señora nicaragüense que vivió en el Hogar, y ella también tenía un problema para comunicarse y para hablar. Si podía hablar, lo hacía muy bajito, y no podía caminar, no podía hacer muchas cosas por sí sola porque tenía todo un proceso de desnutrición avanzado porque había estado mucho tiempo sin comer una comida adecuada a su edad y su patología, y algunos procesos sociales que hubo alrededor de ella. Algo que era sorprendente era que Juanita podía estar casi del todo sin movilizarse, sin poder reaccionar, siempre con una mirada triste o depresiva, pero si Juanita escuchaba la música, era una forma para ella de conectarse, era como un impulso eléctrico que la hacía despertar. Ella no podía casi levantarse y le costaba mucho estar de pie, pero cuando escuchaba música, como en una de esas tardes en que pusimos música para bailar con ellos, ella alzó las manos queriendo bailar, entonces con ayuda la levanté y nos pusimos a bailar con ella; y su rostro bailando, y sus expresiones, ¡realmente estaba conectada completamente!, era como que la música le ayudaba a conectarse interiormente.

Las historias de Gerardo me pusieron a pensar. ¡Cuántas cosas nos estará diciendo el cuerpo, día y noche, y qué tan pocas le escuchamos! Está claro que el cuerpo tiene mucho que decir, y que tiene un lenguaje para hacerlo; pero, ¿por qué tenemos que esperar a que sean órdenes, incluso violentas? ¿Por qué no conseguimos prestarle atención cuando nos habla de manera sutil, como las hermosas sonrisas y el brillo en las miradas de las abuelitas y los abuelitos, de que tantas veces me ha hablado mi amigo y que yo mismo he visto cuando he estado allí, con él y con su hermosa comunidad?

El cuerpo habla desde que estamos en el vientre, dice Leslye. La pregunta que me hago es, ¿a qué hora dejé de escucharlo?

Es tan parlanchín que no puedo entender cómo mi voz le ganó, continúa. Mi mente lo ignoró y mis emociones lo despreciaron. Fue justo en ese momento en que mi cuerpo se puso en modo silencioso, se resignó y permitió el maltrato. Aun así, no perdió la fe en que yo lo volvería a escuchar y sanaría sus heridas.

Hoy me conecto con él todos los días, le agradezco por estar completo, por ser funcional. Lo escucho. Aunque a veces, no te miento, soy desobediente, me gusta trasnochar y peco comiendo uno que otro dulce. Le he pedido perdón y aún lo sigo haciendo. No ha sanado por completo.

Nuestro cuerpo se convierte en una herida de la existencia. Cuando se hace un proceso de consciencia para curarla transmuta en una cicatriz que no se borra, pero en otras circunstancias es una herida que no sana y te lleva a la muerte.

Es curioso. Como dice mi madre, es lo más cercano que tenemos. Sin embargo, ¡qué grande es la distancia que nos separa de él!

Pero no todo está perdido. Veamos ahora algunas ideas de cómo convertir estas heridas y estas batallas en una historia de amor.

 

Ahora que tengo tu atención…

Antes le hablaba con mucho desprecio —nos cuenta Ana María— y llena de complejos programados por la sociedad. Ahora estoy enamorándome de mi cuerpo gracias a unas clases de danza terapia femenina que estoy llevando. Entonces ya lo dejo expresarse y moverse con libertad, y le hablo más bonito. Hasta me animé a ponerme blusas de andar la pancilla afuera, con estrías y todo. Desde hace varios años, he implementado ponerle atención cuando algo duele y buscar la solución desde la biodescodificación, o liberar emociones negativas y toxinas por medio de ETF tapping, desintoxicación iónica, y biomagnetismo, al menos cuando logro darme cuenta que sobreesforcé mi cuerpo. Quiero hacerlo más de forma preventiva que sólo cuando ya me dio el patatús… pero es un proceso, y en eso estoy.

Hay muchos caminos; Ana María menciona algunos posibles. Quizás cada quien necesite uno distinto, pues todos estamos en un sitio diferente; pero a todos nos conviene regresar donde todo comenzó: en nuestro cuerpo, tierra fértil de nuestra propia vida. Lo importante es hablarle. Él nos habla cuando duele, o cuando los músculos se endurecen, o cuando se nos apaga un poco porque llevamos demasiada prisa; pero también nos habla cuando soltamos la risa, o cuando lloramos y nos llenamos de alivio. Estoy seguro de que si en este momento te pido que sonrías, no lo podrás evitar. Hagamos la prueba: sonríe. Trata de no hacerlo, si quieres. ¿Lo ves? Estás sonriendo. Mi hermana me contó una vez que, en un retiro para estudiantes de danza, les pidieron en algún momento que buscaran un sitio tranquilo y se sentaran a llorar. Ella, que no tenía motivos para llorar, fue, buscó, se sentó, y lloró. No tuvo que esforzarse. El cuerpo habla. Se te eriza la piel, o sientes de colores el pecho, o mariposas en el estómago. Créeme, el diccionario del cuerpo es más amplio que el nuestro. Tiene mucho que decir, y tiene muchas maneras de decirlo. ¿Le escuchas?

Escucharle, sí, lo hacemos. Pero no lo sabemos y nos limitamos a decir que nos duele la cabeza, o que tenemos revuelto el estómago, y corremos a buscar la pastilla que corresponde. Pero es un hecho que le escuchamos. Es solo que no conocemos su lenguaje, y decimos que estamos enfermos. Nos grita, e intentamos callarle; pero no le preguntamos por qué nos ha gritado.

Cuando me siento enferma, me cuenta Karla, el cuerpo me dice que busque la raíz del problema, no solo aliviar el síntoma. Buscar la raíz del problema es ya comenzar a responder al cuerpo. Es preguntarle, ¿qué te pasa?, o mejor dicho, ¿qué me pasa? Es aceptar el diálogo. Ya no es un monólogo en que solo uno de los dos habla y el otro ni siquiera escucha; ya no hay indiferencia, en que ese otro sí que escucha pero se niega a responder; ahora sí que podemos decir que estamos conversando. Y, lo mismo que cuando aprendes un idioma que no conoces, puedes comenzar diciendo a tu cuerpo las palabras más sencillas.

Cuando despierto relajada en mi cama, dice Andrea, doy gracias a mi cuerpo porque todavía funciona, y le digo, qué mejor manera de agradecerte por llevarme a todos lados que ejercitarme. Converso con mi cuerpo al comer, agrega Fabricio, y creo que también al oler. Sintiendo, concluye Carmen, atendiendo a sus más minúsculas y placenteras necesidades. Son muchas las maneras en que aprendemos a conversar; el secreto está en poner atención a esa conversación, para poco a poco ir aprendiendo su lenguaje.

Cuando me despierto en mitad de la noche, nos cuenta José Manuel. Cuando algo duele. Cuando me doy tiempo y tolerancia. Cuando me dejo sentir..., parándome a conocer mis reacciones y su razón de ser, antes de responder.

Escuchar el cuerpo es muy agradable, comparte Rocío. Te da respuestas cuando se lo pides con ternura; si estás meditando te da una respuesta inesperada, muchas veces agradable, y si estás en contacto con la naturaleza es liviano y optimista.

Continúa María Jesús:

Yo suelo conversar con él cuando cierro los ojos y le presto atención, pero eso es una manera formal de hacerlo. En los últimos tiempos, y gracias a la ayuda de algún curso que hice, he aprendido a conversar con él de manera informal, durante muchos momentos del día; frente a un café, cuando le asomo a mirar la calle, cuando escucho los pájaros. Son pequeños momentos, sin embargo, me resultan más satisfactorios que los momentos que se podrían considerar “formales” y buscados a propósito para conversar, esos cada vez me gustan menos.

 

Conversemos un rato

La buena noticia es que el cuerpo también escucha. Es una conversación, ¿no? Es cierto que el cuerpo es más sabio que la mente, pues ha heredado la sabiduría de la naturaleza; la mente vino después, para hacer lo que puede con lo que cree que debe. El cuerpo sí sabe lo que dice, y también sabe cuándo lo que escucha no es la mejor opción. Por eso a veces nos parece tan tajante y tan terco. Pero, si aceptamos seguir su ritmo y no proponer el nuestro, más torpe y arbitrario, la conversación será mucho más amorosa, y todos saldremos ganando.

Yo conversó con él, dice Gloria. Le pregunto cómo se siente, por qué le duele algo, qué le incomoda; también lo felicito, lo acaricio, lo consuelo cuando me lastimo, le pido que se regenere bien, y a mis células que se multipliquen en perfecto estado de salud; le doy las gracias y le digo que lo amo, y que es hermoso y que funciona..., ¡perfecto! Desde que aprendí a conversar con él, se ha vuelto menos incómodo. Incluso he podido bajar la presión arterial y quitar dolores, ¡y seguimos aprendiendo los dos!

Lo escucho cuando me quedo quieta —nos cuenta Anita— y percibo lo que me dice, sintiendo. Y me encanta hablarle cuando hago lo que me pide, como caminar o comer tal o cual cosa, y cuando uso aceites esenciales. Por su parte, María nos dice: Yo intento relajarme, respirar, escuchar mi respiración y sentir mi energía, y sentir dónde está mi tensión. Una vez lo he identificado, trato de ver de qué manera o cómo es que esa zona está tensa. Ya que tengo mucha imaginación, a veces le pongo apariencia, personalidad, voz y forma de ser, y le hago preguntas. Parece un poco loco, pero muchas veces funciona.

Como toda buena conversación, ambos interlocutores podemos ponernos creativos. Si el cuerpo me hace soltar la risa o el llanto, incluso en sitios donde deberíamos estar serios (a mí me pasaba en el colegio, en clase de matemáticas), ¿por qué no puedo yo también decirle algo inesperado o, como nos ha contado María, algo que parezca “un poco loco”? Estamos aprendiendo, y el cuerpo nos agradecerá las buenas intenciones. Un buen ejemplo es una caricia: cuando la relación empieza mal, porque nuestro cuerpo nos parece feo, una buena estrategia es darnos abrazos y caricias a nosotros mismos. Al principio nos sentiremos extraños, y nos dejará un raro sabor, y lo haremos donde nadie nos vea; pero, día tras día, el hielo se irá derritiendo y la relación comenzará a mejorar. Lo que parece loco para la sociedad quizás sea lo más sensato para el cuerpo, y quizás hace tiempo lo espera de ti.

Yo he tomado el hábito de hacer meditaciones en las noches —nos dice Silvia— y trato de recordar muchas veces eso que creemos común, porque lo tenemos y funciona bien. Entonces también en las mañanas agradezco por mi cuerpo y porque funciona y, como dije, trato durante el día de dar gracias por poder ir al baño, o por sentir mis piernas, por poder ver o caminar.

Esa palabra, hábito, es clave. Los hábitos son la manera en que cuerpo y mente se entienden. Ambos los necesitan, pero solo el cuerpo sabe cuáles son los más adecuados; escúchale, y ayúdale a poner en práctica lo que te propone. La mente crea hábitos para ahorrar energía en el cerebro; busca atajos, simplemente para no tomar el camino largo, y los convierte en senderos habituales y al cuerpo no le queda otra que ir tras ella… pero argumentando los inevitables pros y contras. Si el cuerpo sabe que no va por buen camino, créeme, te lo dirá desde el principio.

Existen muchas prácticas para integrar al cuerpo dentro de lo que llamamos vida cotidiana. Parece mentira, pero muchas veces nuestra realidad física y nuestro día a día no parecen ser parte de la misma persona. Uno hace lo que quiere, o lo que puede, y el cuerpo lo sufre y lo reclama. Para corregir eso son esas prácticas. Cada persona necesita una distinta, y probablemente no existan dos iguales; pero siempre hay comunidades donde comenzar a buscar y donde compartir los procesos de cada quien para encontrarse con su propio cuerpo; es decir, consigo mismo.

 

Palabras de amor

Yo me permito conectar con mi cuerpo y lo hago con incienso, música instrumental y sensaciones, pongo mi mente en blanco, permitiéndome no pensar en nada más que en mis estímulos sensoriales, sin moverme, acostada boca arriba en un lugar calentito y acogedor, en algunas ocasiones agrego té caliente.

Lo que acaba de describir Carolina no es otra cosa que un encuentro de amor consigo misma. El cuerpo tiene sentidos; es su manera de escuchar. Lo que Carolina le dice, con sus aromas, su música, su calor y sus infusiones, son verdaderas palabras de amor.

Caminar, bailar, nadar, respirar… vivir. Eso es lo que el cuerpo desea escuchar de nosotros. ¿Se lo vamos a decir, o le vamos a negar, un día más, esa palabra tan bella?

Muchas personas se ayudan con prácticas más específicas. Cuenta Elena:

La práctica del yoga me obliga a estar más presente, y sentir mi cuerpo por medio de las posturas y la respiración consciente. También me gusta sentir que puedo reconocer nuevas partes de mi cuerpo a las que por lo general no se les presta atención. Realmente el cuerpo nos habla cuando le damos un poco de atención consciente.

Este es solo un ejemplo. Cada persona puede encontrar su rincón romántico consigo misma. En mi caso, por ejemplo, escribir me aporta esas mismas sensaciones. Cuando escribo un cuento o el capítulo de una novela, o ahora mismo que escribo este texto, mi cuerpo parece, simplemente, estar contento. Me siento presente, como si todo fuera eterno, como si todo fuese ahora.

Comparto, para terminar, las palabras de Nina:

Yo ahora practico yoga restaurativa, y eso me ha ayudado a sentir más confianza en cuanto a mi cuerpo y mis capacidades, porque a partir de la cirugía perdí mucha movilidad física; ahora, recuperar todo eso me ha ayudado un montón.

Nuestro cuerpo siempre nos comunica cosas. Lo que pasa es que culturalmente, sobre todo en Occidente, estamos acostumbrados a siempre ver fuera, a nuestro alrededor, y no ver dentro de nosotros; cuando empiezas a desarrollar esa habilidad de ver lo que te dice tu cuerpo, lo que estás sintiendo, y empezar a observarte, ahí es donde encuentras esa conexión. Nuestro cuerpo siente nos expresa cómo se siente en cuanto a lo que somos y lo que hacemos.

Cuando termina la clase, tenemos un ejercicio para que el cuerpo se recupere y se relaje del trabajo que realizamos. En ese momento, el maestro nos pone alguna esencia en la frente o en el pecho, para activar alguno de los chakras pero también para que ese aroma nos ayude a entrar en ese estado de relajación.

Tu cuerpo está atento. Te escucha. Es sensible, literalmente… ¡tiene cinco sentidos! Háblale con suavidad. Aún si lo tuyo es escalar las montañas más altas, hazlo con consciencia; por más duro que sea un deporte, debe ser un abrazo al cuerpo.

Respira. Vivimos pensando que estamos llenos de carencias, y la mayor carencia que tenemos es lo que minuto a minuto nos da vida y nos resulta gratis. Nadie nos cobra un centavo por respirar y, aun así, lo hacemos con prisa y no llevamos el oxígeno hasta el alma, como debe ser.

Acaricia. Necesitamos contacto. Con las personas que amamos y, no menos importante, con nosotros mismos. Abraza, y abrázate. El abrazo suaviza las distancias.

Mira. Sin juicios. No veas lo que quieres ver; limpia tu mirada y mira lo que hay. Te vas a sorprender. Las cosas que te rodean son más sencillas y más hermosas de lo que piensas.

Escucha. El universo es una danza que nunca se detiene. La luna por el cielo, rozando la sombra de las estrellas; y la brisa tocando las hojas de los árboles, como si fuesen las cuerdas de una guitarra; y el agua cuando se desliza con suavidad, y las palabras y los silencios de las personas que amas, son caricias para tus oídos.

Saborea. Nadie te espera en ningún sitio; el único que te espera es quien te lleva puesto: tu cuerpo. Deja de correr, cierra los ojos, y siente el sabor del momento del que eres parte. Es un momento único, y tú también lo eres.

Y, por cierto… come con amor.

Eso es lo que tu cuerpo necesita. Palabras de amor. Nadie se las puede decir mejor que tú.

 

Agradezco a las personas que han contribuido a este texto con sus hermosísimas palabras. ¡Un abrazo para todas ellas! Llego al punto final, y puedo decirte que ha sido un placer escribir. Siempre lo es, y mi cuerpo es parte de la aventura. Me levanto a menudo, pues él lo necesita; difícilmente paso más de media hora sin moverme de la silla. Hace unos minutos me acompañaba una infusión, y la música de Loreena McKennitt también me acompaña. Hace frío, pero siento calidez en el cuerpo.

Junto a mí, en mi difusor, la mezcla Serenity. Contiene flor de lavanda, cedro, madera de ho, flor de ylang ylang, hoja de mejorana, flor de manzanilla romana, raíz de vetiver, absoluto de grano de vainilla, madera de sándalo hawaiano. Es perfecto para dormir, pero a mí me gusta usarlo para escribir. Escribir me estimula, y estos aromas me relajan lo suficiente para mantener una dirección.

Cada cuerpo sabe lo que necesita. Los aceites esenciales son moléculas aromáticas que, al ser respiradas, llegan al sistema límbico y se convierten en instrucciones emocionales para las células del cuerpo. De acuerdo con el aceite que utilizas, será el mensaje que envíes a tus emociones. Si eliges, por ejemplo, diez aceites al azar, y percibes sus aromas uno a uno, y uno en particular llama tu atención, probablemente tu cuerpo te está pidiendo el sentir que ese aceite provoca.

Si te gusta la idea, y quieres más información, no dudes en escribirme. La aromaterapia es una manera más de hablar con el cuerpo; una manera muy bella.

Y que huele muy, muy bien.

 

Andrés Marote Trejos

WhatsApp: (506) 8412-6951

Correo electrónico: kynaria@gmail.com


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jueves, 24 de diciembre de 2020

En el portal de Belén

Ingresé a dōTERRA el 16 de marzo de 2020. Para entonces ya había conocido algunos de los productos básicos, y la manera en que me habían ayudado a mejorar en ciertos aspectos como la concentración y la estabilidad emocional. Soy escritor, y en los últimos años (sobre todo desde el 2012, año que desató una serie de procesos personales de los que, quizás, hablaré en otro momento) había tenido problemas con esos aspectos, lo cual se había manifestado, entre otras cosas, en forma de bloqueos a la hora de escribir. En los primeros meses del año 2020 pude ver cómo el uso regular de algunos aceites esenciales, todos los días y siempre a la misma hora, me ayudó a recuperar el control de lo que hacía ya tiempo se me había ido de las manos.

Me afilié a dōTERRA por la misma razón que la mayoría de las personas que lo hacen: para tener el descuento del 25% en cada una de mis compras. Viendo el catálogo de todos los productos disponibles, surgió mi primer sueño dentro de la empresa: me propuse que, al llegar la Navidad, tendría en mi portal de Belén los aceites esenciales de mirra e incienso. No es casual que este haya sido mi primer sueño, pues el portal de Belén encierra, simbólicamente, lo que considero mi espiritualidad: el Amor manifestándose lejos de la institución, al descampado y bajo las estrellas, en un pesebre a ras del suelo donde comen los animales (es decir, integrando a todos los seres de la Creación), y con la visita de los pastores (quienes, por la mala fama que tenía su profesión y por la carencia de tierra propia, sufrían la marginación en medio de su propio pueblo) y de los magos de Oriente (quienes, como extranjeros, sufrían también de marginación estando ahora en tierra ajena, y siendo astrólogos, se relacionaban con lo espiritual mediante lenguajes y prácticas mal vistos por la tierra en que nació Jesús); es decir, en un ambiente de paz en la sencillez y en la diversidad. Tan importantes son estos símbolos en mi vida que el portal de Belén se mantiene junto a mi cama todo el año, y no solo en Navidad; y escribí hace ya algún tiempo una obra al respecto, la “Guía del camino para magos y pastores”, cuyo enlace te muestro al final de este artículo por si le quieres echar un vistazo.

Los aceites esenciales de mirra e incienso están entre los más costosos. Extraídos en Somalilandia, Omán y Etiopía, donde dōTERRA los obtiene con un profundo respeto y apoyo a los agricultores que los siembran, las comunidades en que viven, y la conservación y mantenimiento de los árboles y de la salud de la tierra que los nutre y sostiene, requieren de un proceso cuidadoso y complejo en todas sus etapas, hasta que recibimos los aceites en los recipientes que adquirimos aquí en casa. Pasaron los meses a partir de mi inscripción, tuve siempre que invertir en otros productos, y cuando llegó diciembre, no había llegado aún a tenerlos. Sin embargo, otras cosas pasaron durante ese tiempo.

dōTERRA demostró ser mucho más de lo que yo en principio había pensado. Los beneficios de los aceites esenciales no me dejaban de sorprender; eran pequeños tesoros que yo desenterraba día a día, cada vez que investigaba o que compartía mis experiencias con las de otras personas. Pero creo que la mayor sorpresa fue precisamente eso: ¡las otras personas! dōTERRA resultó ser una especie de familia, llena de almas hermosas con muchísimas historias por vivir y por contar. Cada experiencia con cada aceite esencial, además de enriquecer mi propia vida, resultaba ser un motivo de regocijo para más de una de esas personas. Lo que yo aprendía a alguien le servía, y lo que alguien aprendía, a mí me servía. Era una experiencia de comunidad y, por tanto, llenaba a la perfección aquello que yo busco en mi vida espiritual.

El funcionamiento de dōTERRA como negocio también me sorprendió mucho, y muy gratamente. La primera vez que vi dinero en mi cuenta, no lo esperaba. Era poco dinero, porque este negocio se parece a sembrar un árbol: al principio la semilla está ahí, escondida, tanto que ni siquiera sabes que está ahí; luego los frutos son tímidos, lentos incluso, pero cuando te das cuenta, el árbol ha estado creciendo y ha ido alcanzando cada vez mayor regularidad y estabilidad. ¡Y lo mejor era, de nuevo, las personas a mi alrededor! No solamente cada triunfo era celebrado por todas, sino que, de hecho, cada triunfo individual era parte del triunfo de todas esas personas. dōTERRA se parece a una colmena: cada persona hace su parte, cada cual según su gusto y estilo, su capacidad y necesidad; pero cada logro es un granito del éxito de toda la colmena. Hablar de negocio no parecía “hablar de negocios”. El producto hablaba por sí mismo, y enamorarnos de los aceites esenciales siempre era solo cuestión de tiempo; y explicar cómo hacer dinero con dōTERRA no era exactamente eso, sino enseñar a las personas a descubrir sus propias habilidades y talentos para enseñar a otras más a hacer lo mismo; pues, al final, lo que buscábamos era que esas otras personas viviesen la experiencia que estábamos viviendo. Y la experiencia es, antes que nada, los aceites esenciales y sus maravillosas cualidades; y, de la mano con eso, la comunidad en que compartimos esas experiencias. Lo que hay detrás de cada conversación, de cada encuentro con cada persona, es el encuentro de esa persona consigo misma, con su propio potencial de bienestar y de liderazgo; y ese liderazgo no es otra cosa que aprender a abrir camino en el inagotable territorio de los propios talentos, y enseñar a otros a abrir esos mismos caminos dentro de sus propias vidas.

De todo esto me enamoré, conforme lo conocía y lo vivía. Cuando llegó diciembre no había olvidado mi primer sueño; pero estaba muy emocionado con todas las otras metas que habían brotado en mi ser. Sin embargo, había llegado el momento de volver a esa primera intención. Recibí mi mirra y mi incienso pocos días antes de la Noche Buena; los mismos aceites esenciales que los magos llevaron al Jesús recién nacido. Los agradecí con toda el alma, sabiendo que, si bien era el mismo sueño que había tenido en marzo, ahora que lo cumplía, se había convertido en uno muchísimo, muchísimo más grande; y, aun así… no ha dejado de ser mi primer sueño en dōTERRA, aquel que tuve desde el día en que entré a esta gran aventura; aquel sueño pequeñito y sencillo, pero tan lleno de significado; como aquel niño en el pesebre, en medio del frío y del silencio de la noche, en el portal de Belén.


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Guía del camino para magos y pastores


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El objetivo de este blog es compartir mis experiencias personales con los aceites esenciales y la manera en que éstos acompañan mis procesos emocionales y espirituales, y animar y proveer herramientas a todas las personas que quieren iniciar un crecimiento como líderes en dōTERRA y descubrir sus propios talentos y habilidades. No me hago responsable por la mala interpretación de la información que brindo en este blog, ni del uso incorrecto que se pueda hacer de los productos mencionados. Los usos de aceites esenciales que comparto en este blog no pretenden ser ningún tipo de diagnóstico, prescripción o tratamiento de enfermedades o lesiones físicas; y no sustituyen la atención médica profesional. Las personas que sufren enfermedades, lesiones o heridas de cualquier tipo, deben consultar a un profesional de salud. Los productos que comparto en este blog no están destinados a diagnosticar, tratar, curar o prevenir ninguna enfermedad.


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sábado, 19 de diciembre de 2020

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En el portal de Belén

Palabras de amor



¡Una aventura maravillosa!

Desde niño me ha fascinado el tema de la comunicación. Fui un chico silencioso e introvertido que escribía cuentos para comunicar su manera de entender el mundo (o de no entenderlo). Nunca he dejado de escribir. Con los años descubrí que otras personas se hacían preguntas parecidas a las mías y, desde entonces, he trabajado siempre con grupos, acompañándonos en nuestras búsquedas creativas y espirituales. Luego supe que las plantas también tienen su manera de comunicarse y de responder a su entorno: ¡los aceites esenciales son su manera de hablar!

He pensado este blog como un cuaderno en que compartir contigo mis pensamientos y experiencias con los aceites esenciales, que son un regalo de la tierra que nos permite enviar mensajes a nuestro propio cuerpo. Sus moléculas aromáticas son recibidas por el organismo como un código que en cuestión de segundos llega a nuestro cerebro y, en cuestión de minutos, a todas las células del cuerpo. Cada aceite esencial contiene un mensaje especial que nos puede ayudar a aliviar bloqueos y tensiones, a alcanzar determinadas emociones que deseamos, e incluso a recordar al cuerpo su capacidad natural para tener una salud buena y equilibrada en todos sus aspectos.

Los aceites esenciales son un estilo de vida distinto, más conectado con la sabiduría de la tierra y de la naturaleza. Además, trabajar con ellos es ayudar a otras personas a mejorar su propia calidad de vida, y a su vez empoderarse para ayudar a más personas aún. Es una aventura gratificante y maravillosa. ¿Quieres saber más?




dōTERRA significa “Regalo de la Tierra”. Los aceites esenciales son compuestos aromáticos volátiles que se encuentran en las semillas, cortezas, tallos, raíces, hojas, flores y otras partes de las plantas; y que abundan en beneficios para la salud física, mental y emocional. Los aceites esenciales producidos por dōTERRA cuentan con el Certificado de Pureza Total Garantizada (CPTG®), pues son compuestos puros, naturales, cuidadosamente extraídos de las plantas. No contienen rellenos o ingredientes artificiales que podrían diluir sus cualidades activas y están libres de contaminantes como pesticidas u otros residuos químicos.

Para mí, y para muchas otras personas en el mundo, dōTERRA es más que aceites esenciales. Es una manera de vivir. Significa conexión con la tierra y con la naturaleza, y significa también conexión con uno mismo. dōTERRA se vive; y como se vive, también se comparte. Desde las comunidades agrícolas a lo largo de todo el planeta que siembran y cosechan, hasta las personas que vivimos los aceites esenciales y demás productos dōTERRA, todos nos beneficiamos.

Me hará muy feliz conversar contigo; ya sea solamente para contarte cómo puedes adquirir tus aceites esenciales y otros productos de cuidado y bienestar personal, accesorios y kits, o tu membresía y comenzar a hacer de dōTERRA una nueva manera de vivir (para lo cual contarás con mi asesoría, lo que también me hará muy feliz). Aún si elijes utilizarlos solamente para tu uso personal y de tus seres queridos, o si elijes también empoderarte y compartirlos aún más como un emprendimiento, ¡estoy seguro de que será una experiencia muy enriquecedora para ti!


Puedes escribirme con toda confianza para contarte más:


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