Little things I should have said and done
I just never took the time
Always on My Mind
WAYNE CARSON, JOHNNY CHRISTOPHER, MARK JAMES
¿Quién
es el primero en responder, cuando decidimos algo?
Hace muchos años alguien me dijo que, cuando no sabemos si
una decisión es la correcta o no, lo único que tenemos que hacer es sentir. La
decisión que nos haga sentir paz, esa es la correcta.
La fórmula parece demasiado sencilla, pero nunca falla.
Cuando la decisión que tomamos no es la mejor opción para nosotros, siempre hay
algo por dentro que nos lo hace saber. Nos hace sentir incómodos, nos perturba,
nos inquieta; tanto, que nos forzamos a pensar en otra cosa porque sabemos que,
si pensamos mucho en eso, tendremos que sentarnos a decidir de nuevo. Ahora
bien, ¿quién, o qué, ha pronunciado esa palabra desde nuestro interior? ¿Es la
conciencia? ¿Es un ángel? ¿Es Dios?
Aunque no descarto que alguno de los anteriores esté
involucrado en la conversación, creo que quien realmente ha respondido sin hacerse
esperar no es otro que el cuerpo. La
paz que hemos sentido por tomar la decisión que para nosotros es correcta, o la
turbación por saber, en lo profundo, que es la incorrecta, ha sido una reacción
física. Es cierto que detrás se esconden complejos procesos emocionales y
mentales; pero es el cuerpo, con su capacidad de hacernos sentir, quien nos
envía sin titubeos sus palabras, y es en el pecho —cuando el corazón se nos
quiere salir—, o en la garganta —cuando se nos hace un nudo—, o en las rodillas
—cuando nos tiemblan sin control—, donde hemos sentido esas palabras que el
cuerpo nos ha dicho… o nos ha gritado, cuando no le escuchamos a tiempo.
Ahora bien, ¿qué le respondemos? ¿Cómo lo hacemos? ¿Cuál es
su lenguaje? Pensando en ello, hace unos días lancé públicamente la pregunta: ¿cómo conversas con tu cuerpo? Las
respuestas han sido muy enriquecedoras, y con ellas, junto con algunas ideas
mías al respecto, daré forma a este texto.
Visita
guiada
Comienzo con la respuesta de Ana Cecilia, mi madre, que con
pocas palabras nos da la mejor puerta para entrar al tema: Nunca había pensado en eso, pero trataré de hacerlo; la verdad, el
cuerpo es lo que más cerca tengo de mí.
Pues sí. Tan sencillo como eso, aunque nos cueste tanto
entenderlo. Siempre buscando en el más allá lo que, desde que nacemos, tenemos
a mano.
Es
complicado conversar con él, dice Evelyn. Le digo que ponga de su parte, que hagamos lo necesario para estar
saludables, y sólo me ayuda con la comida; le gusta la comida sana, se levanta
temprano por obligación, pero decide dormirse otro rato después y no quiere
salir a caminar. Es muy rebelde. Pero cuando me pongo a trabajar en la casa no
quiere parar y me deja agotada.
¡Empezamos bien…! Lo más cerca que tenemos, ¿y tan mal nos
llevamos? Y es que, lamentablemente, a todos nos pasa lo mismo o nos ha pasado.
Yo no sé conversar con mi cuerpo, nos
cuenta Claudia. Creo que él tiene un
monólogo y usa el lenguaje del dolor para manifestarse, y yo le respondo con
una pastilla para el dolor. Ahí termina nuestra conversación.
Pero, entonces, ¿habrá algún modo de entendernos, para que
nuestra relación con el cuerpo no sea cosa de perros y gatos? Si la hay,
tendremos que aprenderla. Como dice Amalia, estoy
en pleno proceso de aprendizaje. Siento que estamos desconectados y él habla
todo lo que yo callo, y de la peor manera, claro. Y es que, ¿no podría al
menos tener buenos modales, y ser un poco más asertivo? Porque, a veces, esto
pareciera ser todo menos una democracia. En palabras de Sandra: Creo que mi cuerpo no propone una
conversación, sino que da órdenes (que hasta hace poco no entendía). Si las
oigo y le hago caso, todo bien. Si las ignoro, lo contrario. Creo que no conviene
discutir con el cuerpo, ni siquiera conversar, sino escuchar y obedecer. He
comprobado que me conviene darle lo que quiere sin chistar, cosa que sólo hago
con el cuerpo y porque al final siempre tiene razón.
¡Vaya! Parece que no quedará otra que bajar la cabeza, si
es que el cuerpo se toma la molestia y nos lo permite. Y obedecer, sin más. ¿O
tendremos acaso alguna posibilidad de negociación?
Creo
que siempre lo he mirado como un todo, nos cuenta Gerardo; mi espíritu y mi cuerpo como un solo
conjunto que no se puede dividir, pero que por momentos se plantean una batalla.
Como si cada uno tomara diferentes decisiones pero, cuando coinciden, se ayudan
uno al otro.
Pero, querido amigo, ¿cómo coincidir?
El
cuerpo habla hasta por los codos
Gerardo dedica su vida a cuidar adultos mayores. Lo hace
con muchísimo amor, y sé que, con los años, ha escuchado muchísimas de sus
historias. También les ha visto morir. Pensé que, quizás, tendría algo que
decirme sobre la manera en que ellos, que tan cerca están de la muerte, se
comunican con su propio cuerpo, quizás ya enfermo. Me respondió otra cosa; me
habló de cómo el cuerpo de ellos se comunica con él, con Gerardo, cuando ellos
ya no pueden hablar. Me sentí conmovido por las cosas que me contó.
Uno de
los casos que recuerdo fue el de una abuela educadora muy querida por sus
alumnos, que la visitaban en el Hogar. Nunca se casó; hizo de la escuela su
casa, y de sus alumnos, hijos. Ella tuvo una enfermedad degenerativa que fue
limitando todo: su movilidad, su independencia, y su capacidad para comunicarse
y digerir alimento. Ella decía, consciente hasta el final, que todos los días
tenía que pelear con su cuerpo y que se sentía atrapada dentro de él. Fue un
proceso lento, de años, cada vez que perdía una facultad física era triste. Pero
al final también desarrolló una fortaleza para entender la vida y vivir.
En el
Hogar vas viendo a los abuelos, y vas viendo cómo sus cuerpos se deterioran con
el paso del tiempo. Con Lucy, Lucecita, es un caso muy interesante; ella va
teniendo problemas cognitivos y va perdiendo las habilidades para comunicarse,
para comer… Ahora ella usa una sonda para alimentarse, no puede comunicar lo
que ella siente, no está consciente del tiempo y el espacio. Uno tiene que
aprender a leer los gestos y el rostro de ella para saber si tiene dolor, si
tiene hambre, si tiene frío, si se siente mal. La mirada de ella es la que nos
comunica a nosotros si está triste, si está alegre… Hemos tenido que aprender a
descifrar lo que el cuerpo de otra persona, sin necesidad de palabras, nos
pueda comunicar a nosotros, y poder nosotros entender qué es lo que está
pasando.
Otro
caso es el de Juanita. Es una señora nicaragüense que vivió en el Hogar, y ella
también tenía un problema para comunicarse y para hablar. Si podía hablar, lo
hacía muy bajito, y no podía caminar, no podía hacer muchas cosas por sí sola
porque tenía todo un proceso de desnutrición avanzado porque había estado mucho
tiempo sin comer una comida adecuada a su edad y su patología, y algunos
procesos sociales que hubo alrededor de ella. Algo que era sorprendente era que
Juanita podía estar casi del todo sin movilizarse, sin poder reaccionar,
siempre con una mirada triste o depresiva, pero si Juanita escuchaba la música,
era una forma para ella de conectarse, era como un impulso eléctrico que la
hacía despertar. Ella no podía casi levantarse y le costaba mucho estar de pie,
pero cuando escuchaba música, como en una de esas tardes en que pusimos música
para bailar con ellos, ella alzó las manos queriendo bailar, entonces con ayuda
la levanté y nos pusimos a bailar con ella; y su rostro bailando, y sus
expresiones, ¡realmente estaba conectada completamente!, era como que la música
le ayudaba a conectarse interiormente.
Las historias de Gerardo me pusieron a pensar. ¡Cuántas
cosas nos estará diciendo el cuerpo, día y noche, y qué tan pocas le
escuchamos! Está claro que el cuerpo tiene mucho que decir, y que tiene un
lenguaje para hacerlo; pero, ¿por qué tenemos que esperar a que sean órdenes,
incluso violentas? ¿Por qué no conseguimos prestarle atención cuando nos habla
de manera sutil, como las hermosas sonrisas y el brillo en las miradas de las
abuelitas y los abuelitos, de que tantas veces me ha hablado mi amigo y que yo
mismo he visto cuando he estado allí, con él y con su hermosa comunidad?
El cuerpo
habla desde que estamos en el vientre, dice Leslye. La pregunta que me hago es, ¿a qué hora dejé
de escucharlo?
Es tan
parlanchín que no puedo entender cómo mi voz le ganó, continúa.
Mi mente lo ignoró y mis emociones lo
despreciaron. Fue justo en ese momento en que mi cuerpo se puso en modo
silencioso, se resignó y permitió el maltrato. Aun así, no perdió la fe en que
yo lo volvería a escuchar y sanaría sus heridas.
Hoy me
conecto con él todos los días, le agradezco por estar completo, por ser
funcional. Lo escucho. Aunque a veces, no te miento, soy desobediente, me gusta
trasnochar y peco comiendo uno que otro dulce. Le he pedido perdón y aún lo
sigo haciendo. No ha sanado por completo.
Nuestro
cuerpo se convierte en una herida de la existencia. Cuando se hace un proceso
de consciencia para curarla transmuta en una cicatriz que no se borra, pero en
otras circunstancias es una herida que no sana y te lleva a la muerte.
Es curioso. Como dice mi madre, es lo más cercano que
tenemos. Sin embargo, ¡qué grande es la distancia que nos separa de él!
Pero no todo está perdido. Veamos ahora algunas ideas de
cómo convertir estas heridas y estas batallas en una historia de amor.
Ahora
que tengo tu atención…
Antes
le hablaba con mucho desprecio —nos cuenta Ana María— y llena de complejos programados por la
sociedad. Ahora estoy enamorándome de mi cuerpo gracias a unas clases de danza
terapia femenina que estoy llevando. Entonces ya lo dejo expresarse y moverse
con libertad, y le hablo más bonito. Hasta me animé a ponerme blusas de andar
la pancilla afuera, con estrías y todo. Desde hace varios años, he implementado
ponerle atención cuando algo duele y buscar la solución desde la
biodescodificación, o liberar emociones negativas y toxinas por medio de ETF
tapping, desintoxicación iónica, y biomagnetismo, al menos cuando logro darme
cuenta que sobreesforcé mi cuerpo. Quiero hacerlo más de forma preventiva que
sólo cuando ya me dio el patatús… pero es un proceso, y en eso estoy.
Hay muchos caminos; Ana María menciona algunos posibles.
Quizás cada quien necesite uno distinto, pues todos estamos en un sitio diferente;
pero a todos nos conviene regresar donde todo comenzó: en nuestro cuerpo,
tierra fértil de nuestra propia vida. Lo importante es hablarle. Él nos habla
cuando duele, o cuando los músculos se endurecen, o cuando se nos apaga un poco
porque llevamos demasiada prisa; pero también nos habla cuando soltamos la
risa, o cuando lloramos y nos llenamos de alivio. Estoy seguro de que si en
este momento te pido que sonrías, no lo podrás evitar. Hagamos la prueba:
sonríe. Trata de no hacerlo, si quieres. ¿Lo ves? Estás sonriendo. Mi hermana me
contó una vez que, en un retiro para estudiantes de danza, les pidieron en
algún momento que buscaran un sitio tranquilo y se sentaran a llorar. Ella, que
no tenía motivos para llorar, fue, buscó, se sentó, y lloró. No tuvo que
esforzarse. El cuerpo habla. Se te eriza la piel, o sientes de colores el pecho,
o mariposas en el estómago. Créeme, el diccionario del cuerpo es más amplio que
el nuestro. Tiene mucho que decir, y tiene muchas maneras de decirlo. ¿Le
escuchas?
Escucharle, sí, lo hacemos. Pero no lo sabemos y nos
limitamos a decir que nos duele la cabeza, o que tenemos revuelto el estómago, y
corremos a buscar la pastilla que corresponde. Pero es un hecho que le
escuchamos. Es solo que no conocemos su lenguaje, y decimos que estamos
enfermos. Nos grita, e intentamos callarle; pero no le preguntamos por qué nos
ha gritado.
Cuando
me siento enferma, me cuenta Karla, el cuerpo me dice que busque la raíz del problema, no solo aliviar el
síntoma. Buscar la raíz del problema es ya comenzar a responder al cuerpo. Es
preguntarle, ¿qué te pasa?, o mejor dicho, ¿qué me pasa? Es aceptar el diálogo. Ya no es un monólogo en que solo
uno de los dos habla y el otro ni siquiera escucha; ya no hay indiferencia, en
que ese otro sí que escucha pero se niega a responder; ahora sí que podemos
decir que estamos conversando. Y, lo mismo que cuando aprendes un idioma que no
conoces, puedes comenzar diciendo a tu cuerpo las palabras más sencillas.
Cuando
despierto relajada en mi cama, dice Andrea, doy gracias a mi cuerpo porque todavía
funciona, y le digo, qué mejor manera de agradecerte por llevarme a todos lados
que ejercitarme. Converso con mi
cuerpo al comer, agrega Fabricio, y
creo que también al oler. Sintiendo,
concluye Carmen, atendiendo a sus más
minúsculas y placenteras necesidades. Son muchas las maneras en que
aprendemos a conversar; el secreto está en poner atención a esa conversación,
para poco a poco ir aprendiendo su lenguaje.
Cuando
me despierto en mitad de la noche, nos cuenta José Manuel. Cuando algo duele. Cuando me doy tiempo y
tolerancia. Cuando me dejo sentir..., parándome a conocer mis reacciones y su
razón de ser, antes de responder.
Escuchar
el cuerpo es muy agradable, comparte Rocío. Te da respuestas cuando se lo pides con ternura; si estás meditando te
da una respuesta inesperada, muchas veces agradable, y si estás en contacto con
la naturaleza es liviano y optimista.
Continúa María Jesús:
Yo
suelo conversar con él cuando cierro los ojos y le presto atención, pero eso es
una manera formal de hacerlo. En los últimos tiempos, y gracias a la ayuda de
algún curso que hice, he aprendido a conversar con él de manera informal, durante
muchos momentos del día; frente a un café, cuando le asomo a mirar la calle,
cuando escucho los pájaros. Son pequeños momentos, sin embargo, me resultan más
satisfactorios que los momentos que se podrían considerar “formales” y buscados
a propósito para conversar, esos cada vez me gustan menos.
Conversemos
un rato
La buena noticia es que el cuerpo también escucha. Es una
conversación, ¿no? Es cierto que el cuerpo es más sabio que la mente, pues ha
heredado la sabiduría de la naturaleza; la mente vino después, para hacer lo
que puede con lo que cree que debe. El cuerpo sí sabe lo que dice, y también
sabe cuándo lo que escucha no es la mejor opción. Por eso a veces nos parece
tan tajante y tan terco. Pero, si aceptamos seguir su ritmo y no proponer el
nuestro, más torpe y arbitrario, la conversación será mucho más amorosa, y
todos saldremos ganando.
Yo
conversó con él, dice Gloria. Le pregunto cómo se siente, por qué le duele algo, qué le incomoda; también
lo felicito, lo acaricio, lo consuelo cuando me lastimo, le pido que se regenere
bien, y a mis células que se multipliquen en perfecto estado de salud; le doy
las gracias y le digo que lo amo, y que es hermoso y que funciona..., ¡perfecto!
Desde que aprendí a conversar con él, se ha vuelto menos incómodo. Incluso he
podido bajar la presión arterial y quitar dolores, ¡y seguimos aprendiendo los
dos!
Lo
escucho cuando me quedo quieta —nos cuenta Anita— y percibo lo que me dice, sintiendo. Y me
encanta hablarle cuando hago lo que me pide, como caminar o comer tal o cual
cosa, y cuando uso aceites esenciales. Por su parte, María nos dice: Yo intento relajarme, respirar, escuchar mi
respiración y sentir mi energía, y sentir dónde está mi tensión. Una vez lo he
identificado, trato de ver de qué manera o cómo es que esa zona está tensa. Ya
que tengo mucha imaginación, a veces le pongo apariencia, personalidad, voz y
forma de ser, y le hago preguntas. Parece un poco loco, pero muchas veces
funciona.
Como toda buena conversación, ambos interlocutores podemos
ponernos creativos. Si el cuerpo me hace soltar la risa o el llanto, incluso en
sitios donde deberíamos estar serios (a mí me pasaba en el colegio, en clase de
matemáticas), ¿por qué no puedo yo también decirle algo inesperado o, como nos
ha contado María, algo que parezca “un poco loco”? Estamos aprendiendo, y el
cuerpo nos agradecerá las buenas intenciones. Un buen ejemplo es una caricia: cuando
la relación empieza mal, porque nuestro cuerpo nos parece feo, una buena
estrategia es darnos abrazos y caricias a nosotros mismos. Al principio nos
sentiremos extraños, y nos dejará un raro sabor, y lo haremos donde nadie nos
vea; pero, día tras día, el hielo se irá derritiendo y la relación comenzará a
mejorar. Lo que parece loco para la sociedad quizás sea lo más sensato para el
cuerpo, y quizás hace tiempo lo espera de ti.
Yo he
tomado el hábito de hacer meditaciones en las noches —nos
dice Silvia— y trato de recordar muchas
veces eso que creemos común, porque lo tenemos y funciona bien. Entonces
también en las mañanas agradezco por mi cuerpo y porque funciona y, como dije,
trato durante el día de dar gracias por poder ir al baño, o por sentir mis
piernas, por poder ver o caminar.
Esa palabra, hábito,
es clave. Los hábitos son la manera en que cuerpo y mente se entienden. Ambos
los necesitan, pero solo el cuerpo sabe cuáles son los más adecuados;
escúchale, y ayúdale a poner en práctica lo que te propone. La mente crea
hábitos para ahorrar energía en el cerebro; busca atajos, simplemente para no
tomar el camino largo, y los convierte en senderos habituales y al cuerpo no le
queda otra que ir tras ella… pero argumentando los inevitables pros y contras.
Si el cuerpo sabe que no va por buen camino, créeme, te lo dirá desde el
principio.
Existen muchas prácticas para integrar al cuerpo dentro de
lo que llamamos vida cotidiana.
Parece mentira, pero muchas veces nuestra realidad física y nuestro día a día no
parecen ser parte de la misma persona. Uno hace lo que quiere, o lo que puede,
y el cuerpo lo sufre y lo reclama. Para corregir eso son esas prácticas. Cada
persona necesita una distinta, y probablemente no existan dos iguales; pero
siempre hay comunidades donde comenzar a buscar y donde compartir los procesos
de cada quien para encontrarse con su propio cuerpo; es decir, consigo mismo.
Palabras
de amor
Yo me
permito conectar con mi cuerpo y lo hago con incienso, música instrumental y
sensaciones, pongo mi mente en blanco, permitiéndome no pensar en nada más que
en mis estímulos sensoriales, sin moverme, acostada boca arriba en un lugar
calentito y acogedor, en algunas ocasiones agrego té caliente.
Lo que acaba de describir Carolina no es otra cosa que un
encuentro de amor consigo misma. El cuerpo tiene sentidos; es su manera de
escuchar. Lo que Carolina le dice, con sus aromas, su música, su calor y sus
infusiones, son verdaderas palabras de amor.
Caminar, bailar, nadar, respirar… vivir. Eso es lo que el
cuerpo desea escuchar de nosotros. ¿Se lo vamos a decir, o le vamos a negar, un
día más, esa palabra tan bella?
Muchas personas se ayudan con prácticas más específicas.
Cuenta Elena:
La
práctica del yoga me obliga a estar más presente, y sentir mi cuerpo por medio
de las posturas y la respiración consciente. También me gusta sentir que puedo
reconocer nuevas partes de mi cuerpo a las que por lo general no se les presta atención. Realmente el cuerpo nos habla cuando le damos un poco de atención
consciente.
Este es solo un ejemplo. Cada persona puede encontrar su
rincón romántico consigo misma. En mi caso, por ejemplo, escribir me aporta
esas mismas sensaciones. Cuando escribo un cuento o el capítulo de una novela,
o ahora mismo que escribo este texto, mi cuerpo parece, simplemente, estar contento. Me siento presente, como si
todo fuera eterno, como si todo fuese ahora.
Comparto, para terminar, las palabras de Nina:
Yo
ahora practico yoga restaurativa, y eso me ha ayudado a sentir más confianza en
cuanto a mi cuerpo y mis capacidades, porque a partir de la cirugía perdí mucha
movilidad física; ahora, recuperar todo eso me ha ayudado un montón.
Nuestro
cuerpo siempre nos comunica cosas. Lo que pasa es que culturalmente, sobre todo
en Occidente, estamos acostumbrados a siempre ver fuera, a nuestro alrededor, y
no ver dentro de nosotros; cuando empiezas a desarrollar esa habilidad de ver lo
que te dice tu cuerpo, lo que estás sintiendo, y empezar a observarte, ahí es
donde encuentras esa conexión. Nuestro cuerpo siente nos expresa cómo se siente
en cuanto a lo que somos y lo que hacemos.
Cuando
termina la clase, tenemos un ejercicio para que el cuerpo se recupere y se
relaje del trabajo que realizamos. En ese momento, el maestro nos pone alguna
esencia en la frente o en el pecho, para activar alguno de los chakras pero
también para que ese aroma nos ayude a entrar en ese estado de relajación.
Tu cuerpo está atento. Te escucha. Es sensible,
literalmente… ¡tiene cinco sentidos! Háblale con suavidad. Aún si lo tuyo es
escalar las montañas más altas, hazlo con consciencia; por más duro que sea un
deporte, debe ser un abrazo al cuerpo.
Respira.
Vivimos pensando que estamos llenos de carencias, y la mayor carencia que
tenemos es lo que minuto a minuto nos da vida y nos resulta gratis. Nadie nos
cobra un centavo por respirar y, aun así, lo hacemos con prisa y no llevamos el
oxígeno hasta el alma, como debe ser.
Acaricia.
Necesitamos contacto. Con las personas que amamos y, no menos importante, con nosotros
mismos. Abraza, y abrázate. El abrazo suaviza las distancias.
Mira. Sin
juicios. No veas lo que quieres ver; limpia tu mirada y mira lo que hay. Te vas
a sorprender. Las cosas que te rodean son más sencillas y más hermosas de lo
que piensas.
Escucha. El
universo es una danza que nunca se detiene. La luna por el cielo, rozando la
sombra de las estrellas; y la brisa tocando las hojas de los árboles, como si
fuesen las cuerdas de una guitarra; y el agua cuando se desliza con suavidad, y
las palabras y los silencios de las personas que amas, son caricias para tus
oídos.
Saborea.
Nadie te espera en ningún sitio; el único que te espera es quien te lleva
puesto: tu cuerpo. Deja de correr, cierra los ojos, y siente el sabor del
momento del que eres parte. Es un momento único, y tú también lo eres.
Y, por cierto… come con amor.
Eso es lo que tu cuerpo necesita. Palabras de amor. Nadie
se las puede decir mejor que tú.
Agradezco
a las personas que han contribuido a este texto con sus hermosísimas palabras.
¡Un abrazo para todas ellas! Llego al punto final, y puedo decirte que ha sido
un placer escribir. Siempre lo es, y mi cuerpo es parte de la aventura. Me
levanto a menudo, pues él lo necesita; difícilmente paso más de media hora sin
moverme de la silla. Hace unos minutos me acompañaba una infusión, y la música
de Loreena McKennitt también me acompaña. Hace frío, pero siento calidez en el
cuerpo.
Junto a
mí, en mi difusor, la mezcla Serenity. Contiene flor de lavanda, cedro, madera de
ho, flor de ylang ylang, hoja de mejorana, flor de manzanilla romana, raíz de
vetiver, absoluto de grano de vainilla, madera de sándalo hawaiano. Es perfecto
para dormir, pero a mí me gusta usarlo para escribir. Escribir me estimula, y
estos aromas me relajan lo suficiente para mantener una dirección.
Cada
cuerpo sabe lo que necesita. Los aceites esenciales son moléculas aromáticas
que, al ser respiradas, llegan al sistema límbico y se convierten en
instrucciones emocionales para las células del cuerpo. De acuerdo con el aceite
que utilizas, será el mensaje que envíes a tus emociones. Si eliges, por
ejemplo, diez aceites al azar, y percibes sus aromas uno a uno, y uno en
particular llama tu atención, probablemente tu cuerpo te está pidiendo el
sentir que ese aceite provoca.
Si te
gusta la idea, y quieres más información, no dudes en escribirme. La
aromaterapia es una manera más de hablar con el cuerpo; una manera muy bella.
Y que
huele muy, muy bien.
Andrés Marote Trejos
WhatsApp:
(506) 8412-6951
Correo
electrónico: kynaria@gmail.com
Muy bueno Andrés. Es verdad que en los tiempos que corren sería muy constructivo que tod@s tuviéramos una o varias conversaciones con nuestro cuerpo y también con nuestras partes heridas y nuestras emociones. Muchísimas gracias por compartir este texto.
ResponderEliminarMuchas gracias a ti, María. En efecto, uno de los temas más importantes para cualquier ser humano... y castigamos tanto al cuerpo con nuestro sedentarismo y nuestra manera de comer, por mencionar solo algunas cosas. Todo lo que podamos hacer para mejorar la relación sana con el cuerpo será valiosísimo :)
EliminarFelicitaciones Andrés. Un escrito muy hermoso y muy verídico. Gracias por compartir ☺️
ResponderEliminarCon gusto, muchas gracias por leerlo y comentarlo :)
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